El proyecto Gnome llevaba tiempo en el centro de todas las miradas. Al parecer, según los más críticos, el desarrollo de su escritorio y demás aplicaciones parecía haberse detenido definitivamente en la versión 2, como si sus responsables se opusieran de plano a la idea misma de renovación. Se oía hablar de un próximo salto, Gnome 3, pero pasaban los años y su puesta en marcha se retrasaba una vez tras otra, truncando todas las expectativas. Los chicos de Gnome, sin embargo, demostraban no tener prisas aunque, eso sí, una idea muy clara del camino que debían seguir.
De hecho no se esforzaron demasiado en atajar las críticas, siguieron trabajando a su ritmo ajenos al barullo que se montaba a su alrededor. Hasta que, por fin, en la primera mitad de 2011 llegó el tan esperado Gnome 3. Entonces se desató la tormenta. Y no vean lo que ha llovido desde entonces.
El nuevo escritorio supuso una clara ruptura de concepto con respecto a la versión anterior. La crítica y los usuarios lo recibieron con división de opiniones: para algunos, una avance revolucionario; para otros, un cambio demasiado drástico e innecesario. No obstante, aunque se trataba de una primera versión estable —y era bastante estable—, resultaba evidente para casi todos que dicha versión necesitaba recorrer aún un largo camino hasta llegar a un estadio de mayor madurez y depuración, por lo que quizás valía la pena reservar una opinión definitiva para más adelante. Bueno, todo apuntaba que para mucho más adelante…
En realidad, los nubarrones de tormenta empezaron a acumularse en el horizonte mucho antes del lanzamiento de Gnome 3, por motivos más que obvios. Muchas distribuciones Linux están basadas en este entorno de escritorio, y a la mayoría no les hacía ni pizca de gracia incorporar esta versión de Gnome en una fase de desarrollo tan precoz, susceptible de irritar a sus usuarios y de ocasionar más de un quebradero de cabeza. Los primeros relámpagos se dejaron ver en los despachos de Canonical. Ya antes de la publicación de su segunda y última versión de Ubuntu del 2010 surgía la gran pregunta: ¿debemos lanzar la versión 11.04 con Gnome 3 y su Gnome-shell o quizás deberíamos esperar a la siguiente versión? El proyecto Fedora estaba ejerciendo una gran presión; como abanderada en la incorporación de las últimos avances en materia de Software Libre, había anunciado sus planes de incluir lo último de Gnome en la versión 15, que para entonces era la que tenían en desarrollo y cuyo lanzamiento estaba previsto para abril o mayo del 2011. Algunos creían que se trataba de una apuesta arriesgada, incluso para Fedora. Como es lógico Canonical no quería quedarse atrás, se trataba de ganar la batalla mediática.
Pese a que Canonical soporta el sambenito de insolidaria con la comunidad del Software Libre —suele acusársele de no contribuir al desarrollo del kernel Linux y de otras aplicaciones—, dicha empresa había tomado la decisión de destinar a uno de sus programadores a colaborar en la puesta a punto de la nueva versión de Gnome. Sin embargo, pronto afloraron importantes diferencias de criterio entre ambos equipos y Canonical decidió desmarcarse de su compromiso.
Una cosa estaba clara: Gnome había puesto en un difícil aprieto a muchas distribuciones. Y quizás el detonante de esta situación residía no tanto en los cambios llevados a cabo, sino en la forma de presentarlos y administrarlos. Como dijimos, Gnome pasó de una actitud inmovilista a encabezar una verdadera revolución en el concepto de entorno de escritorio, y todo eso de la noche a la mañana. La mayor parte de las distribuciones Linux no tuvieron tiempo para asimilar los cambios, para adaptarse o siquiera para evaluar la validez de la nueva apuesta. Y es en este punto donde hay que introducir la primera crítica: hubiera sido conveniente que Gnome tuviera un calendario de desarrollo coherente y sostenido en el tiempo, con plazos razonables y publicaciones periódicas que mantuvieran una comunicación fluida con todas las comunidades y proyectos que se basan en su escritorio. Da la sensación de que Gnome se durmió en los laureles durante una buena temporada y que luego, despertando repentinamente de su letargo, le entraron las prisas y cogió a más de uno en paños menores.
Es en este difícil escenario cuando Canonical toma la polémica decisión de desarrollar su propio shell para Gnome 3: Unity. Algunos le critican que hubiera bastado con introducir algunas modificaciones en el propio Gnome-shell y que desvincularse de la colaboración con Gnome fue un paso muy precipitado (una actitud que con cierta amargura muchos calificaron como “típica” de Canonical). Como fuere, se perdió otra oportunidad de esas tan escasas en las que dos proyectos dentro del ámbito Linux deciden aunar esfuerzos. De cualquier modo, Canonical llevaba tiempo barajando la posibilidad de implementar una interface propia para su distribución, de modo que creyó llegada la hora de lanzar un desafío y dar un golpe de efecto de gran calado: no sólo implementaría una interface representativa de su marca, para mayor seña, mucho mejor que Gnome-shell, además la incluirían en su próxima versión de Ubuntu. A los más críticos esto les pareció una bravuconada: ¡sólo faltaban seis meses para el próximo lanzamiento! Demasiado poco tiempo, aseguraban.
Sudaron la gota gorda, pero lo cierto es que Canonical pudo presentar su Unity a tiempo, aunque salvando los muebles por los pelos y en medio a una gran polémica. Y es que, sin pretenderlo, Canonical había caído en el mismo error que Gnome. Presentaba, al igual que aquél, una interface con más promesas que realidades, y con muchas inconsistencias y errores que resolver. Eso sí, de lo que podían estar seguros era de que habían robado parte del protagonismo a Fedora. Si bien es cierto que esta última distribución tampoco las tuvo todas consigo. Tras la publicación de su versión 15, Gnome 3 provocó una auténtica avalancha de incompatibilidades con las tarjetas gráficas a raíz de los efectos 3D que demandaba. Esta situación no era precisamente culpa de Gnome, ni de Fedora, más bien podía achacarse a la falta de soporte que la mayor parte de los fabricantes de gráficas ofrecen a los sistemas Linux. No obsante, se trataba de una circunstancia que, según algunos, pudo haberse previsto fácilmente, por lo que volvieron a surgir críticas acerca de esta supuesta falta de previsión.
Sin embargo, lo peor aún estaba por venir. La tormenta descargó con toda su potencia cuando un buen número de usuarios de las distribuciones basadas en Gnome, principalmente provenientes de Ubuntu, empezaron a sentirse desamparados y sumidos en una gran inseguridad y confusión. En el fondo, una buena parte de estos usuarios esperaban que Canonical desplegara un paraguas que los protegiera de los “despropósitos” protagonizados por Gnome. Pero para algunos sucedió justamente lo contrario: la empresa de Mark Shuttleworth había empeorado las cosas añadiendo, si cabe, aún más confusión e incertidumbre. Era la tormenta perfecta… La furia se desató en todos los foros Linux: acérrimos defensores de Gnome-shell y Unity emprendían apasionados debates contra los usuarios que se sentían poco menos que traicionados por estas dos interfaces, el cruce de acusaciones llegó a cotas muy elevadas; la comunidad estaba claramente dividida.
El tercero en discordia en esta historia de enredos era Linux Mint. Su equipo de desarrolladores no comulgaba con Unity ni Gnome-shell. Pero entonces, ¿qué camino tomar? Decidieron mantener la versión antigua de Gnome y aguardar acontecimientos; se barajaba la posibilidad de implementar un fork de Gnome 2: MATE, pero ¿ofrecía éste suficientes garantías? Dudas y más dudas. La tormenta se desplazó al tejado de las oficinas de Mint. Muchos usuarios desilusionados decidieron pasarse a este distribución, lo que les añadió aún más presión, tenían ahora la responsabilidad de no defraudarles. Pero no las tenían todas consigo, ¿podía un modesto equipo de desarrolladores como el de Linux Mint permitirse el lujo de prescindir de Gnome? El soporte de la versión antigua no iba a durar mucho; debían tomar una decisión, y no disponían de mucho tiempo para ello. Por fin, la solución que encontraron estaba en consonancia con la más pura filosofía Linux Mint: se trata de una distribución que simplemente añade unos toques personales a Ubuntu, de modo que ¿por qué no hacer lo propio con Gnome-shell? Incorporaron unas extensiones a este shell habilitando un panel que sigue en buena medida los patrones “clásicos”, pero de hecho la interface sigue careciendo de las opciones de personalización que muchos usuarios siguen demandando, por lo que incluyen la posibilidad de iniciar sesión con MATE, al que tuvieron que dedicar un increíble trabajo para evitar conflictos con Gnome-shell. La solución parece satisfacer a algunos, pero, una vez más, han arreciado las críticas y los foros vuelven a llenarse de comentarios a favor y en contra. El centro de la polémica parece girar en esta ocasión en en torno a lo poco o mucho que ha aportado Linux Mint, dependiendo del punto de vista, para resolver la disyuntiva abierta por Gnome. Para algunos, Linux Mint ha dado en el clavo; para otros, se ha embarcado en un camino condenado al fracaso.
La tormenta parece que empieza a amainar paulatinamente, el paso del tiempo nos va otorgando cierta perspectiva. En lo personal estoy convencido de que Gnome-shell y Unity llegarán a buen puerto, y lo mismo las modestas extensiones de Linux Mint. Todas las interfaces tienen grandes equipos trabajando tras ellas, y saben lo mucho que se juegan. Aquí nadie es tonto.
Ahora bien, para mí ha quedado patente la debilidad de un modelo de desarrollo basado en la dispersión, en el que cada equipo parece trabajar al margen de los demás y por sus propios objetivos, pese a que dependen de una forma casi dramática los unos de los otros.
tomado de: http://www.feedage.com